Figuras
literarias dentro de una narración.
Tumbado
en la cama, sobre un colchón de muelles que chirría al más leve
movimiento -ñeeec, ñeeec- (Onomatopeya), observa meditabundo el gris cemento (Epíteto) del
techo, al que ni siquiera se han molestado en dar una capa de
pintura.
Ha
merecido la pena, se dice, aunque sus planes no han salido de la
manera prevista en un principio, al final ha ganado más de lo que
ha perdido. Ahora es un maldito héroe para algunos, un puto
psicópata para otros, tal vez tenga parte de los dos. Lo que está
claro es que no ha dejado indiferente a nadie. A él eso le importa
bien poco, porque todo es relativo, él también es relativo.
La
prensa opina que se le fue de las manos, para nada, no pueden estar
más equivocados, todo estaba planeado, hasta el más nimio e
insignificante detalle. Que su vecina formara parte del cuerpo de la
guardia civil, no había sido una mera coincidencia. Al igual que no
había sido aleatoria la elección del hombre al que había
atormentado. Podía haber sido otro cualquiera, pero no, tenía y
debía ser él. Para muchos, un pobre diablo desgraciado marcado por
el pecado, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Otra vez se equivocaban, no buscaba justicia, no buscaba venganza, solo buscaba dolor, alivio, lágrimas, descanso, liberación (Antítesis).
Creen
que su intención era matarlo, pero eso nunca estuvo entre sus
planes, él no es un vulgar
asesino, es un realista. Un realista que trabaja con el cuerpo, con
la mente, con
el
sufrimiento. Un realista que pretende dejar una huella constructiva
en la inmensidad del universo. Un universo poblado por humanos,
humanos que perdieron la razón
hace mucho tiempo (Anáfora). La muerte era algo que aquel hombre no se merecía,
porque la muerte es una liberación. ¿Hay
algo peor que la muerte? Por supuesto que lo hay: ¡el
dolor!
Sin
embargo, no planeaba enamorarse. Si es que puede llamarse amor a eso
que siente. No está seguro. Quizá ese sentimiento sea la prueba de
que no es un psicópata, ¿o sí?
Unos
pasos que se acercan por el pasillo le devuelven a la realidad, al
presente, al aquí y ahora. Se yergue y hecha los hombros hacia
atrás, sacando pecho. Le anuncian en un tono despectivo que “su
guardia civil” ha venido a verle.
Pevima.
Pevima.
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