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jueves, 14 de abril de 2016
CUEVA DEL CASTILLO
Me desplazo a la cueva del castillo, una vez situado en la
misma, me despierta la curiosidad de este montículo, lleno
de viejos olivo milenarios.
Una vez sentado en la terraza, me sorprende la vetusta
balaustrada, bajo la misma se encuentra una fuente, en el
centro de la falda, de esta bella montaña. Cubierta de musgo,
llora lágrimas, que evocan ante mis ojos, lágrimas del que ha
pasado por aquí en otro tiempo a beber de este agua, agua que
calma la sed.
Al llegar, la puerta se encuentra cerrada cubierta de zarzas,
llena de moras maduras. Las tuve que desbrozar con tijera y
azadón, así poder entrar y llenar la cantimplora, de agua del
interior, ella me quitaba la sed.
El altar está adornado de flores y frutos de la tierra, sobre el techo,
raíces de olivos milenarios que absorben la humedad de la cueva.
Gota a gota, coneración calcárea que se forma en la bóveda por la
acción de las aguas que, después de filtrarse por la tierra, llegan a una
cavidad subterránea y depositan. Al evaporarse, el carbonato de cal
que las impregnaba. El agua que no se evapora en el techo y cae al
suelo forma la estalagmita. Con frecuencia la estalactita y la
estalagmita crecen a un tiempo en sentido inverso, se juntan y
forman una columna.
Sobre el exterior, se eleva una cadena de altas colinas, "vigoras"
profundamente arboladas. Sin embargo, se observa que sigue
predominado el rasgo característico de una exquisita limpieza.
Allí en la orilla, el agua entra al río, donde no hay ni rastro de
desechos sobre ambas laderas, el carácter del pasaje es suave, de un
verde artificial, donde el agua emerge entre rocas hacia la corriente.
En la orilla una subida suave, va formando la ancha pradera de un
césped tejido aterciopelado, de un verde tan brillante, que podían
compararse con la más pura esmeralda...
"Las flores del exterior son patrimonio de la humanidad"
Andrés Ramón Gil
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