lunes, 11 de enero de 2016




ESTE ES MI MUNDO, PAPÁ, NO EL TUYO


   Arnaldo removió con energía el carbón de la barbacoa que se resistía a arder, desprendiendo en su mala combustión un humo espeso y maloliente.
   Pululaban por el jardín los invitados: familiares, amigos, compañeros de bufete, que en pequeños grupos charlaban distraídamente de sus cosas. Celebraban el cumpleaños y la mayoría de edad de su hija Titina.
   A través de la humareda distinguió a la niña dirigiéndose hacia la glorieta  en compañía de Alvarito, amigo de su hijo mayor. A pesar del humo y de sus ojos llorosos, vio claramente que aquel bigardo iba metiendo mano a su hija sin el menor pudor. Soltó una maldición. <Y aquí, delante de todos... Estos no tienen vergüenza ni la han conocido>. A punto estuvo de llegarse hasta ellos y armarles la gran bronca, pero se contuvo. Los jóvenes, sentados en uno de los bancos bajo el amparo de las buganvillas, ajenos al cabreo paterno, siguieron pegándose el lote sin importarles nada ni nadie.
   El carbón ardía ahora sin trabas, gloriosamente.
   Después del almuerzo y llegada la hora del café, Arnaldo llamó a su hija. Y buscando un lugar discreto, lejos de miradas curiosas e inoportunas, regañó a la muchacha con rabia contenida:
   --Eres una tonta descarada. Has dado el espectáculo con el holgazán de Alvarito. ¿Se puede saber en qué estáis pensando?
   --En lo que estamos pensando deberías imaginártelo, papá -respondió la muchacha, descarada- ¿o es que tú no has tenido dieciocho años? Lo que pasa es que está espiándonos como una carabina del año de la picor.
   --Qué coño espiándoos, si estáis exhibiendo públicamente vuestra desvergüenza.
   --Estás desfasado, papi. Eres una antigualla. Alvarito y yo somos novios, y hacemos lo que hacen todos los novios jóvenes y sanos. No hay nada malo que yo sepa en que nos besemos.
   --Pues dile al zascandil de tu novio que quiero verlo ahora miso en mi despacho.
   --¿Estás seguro? Mira que vas a hacer el ridículo, papá...
   --Ve a buscarlo. He de hablar con los dos.
   Titina se encogió de hombros despreocupada.
   --Allá tú...
   Los recibió en su magnífico despacho oscuro y confortable decorado con maderas nobles, de pie, erguido, los brazos en la espalda y el rostro crispado.
   El muchacho, obviando la severidad manifiesta de su interlocutor, se le acercó con paso firme. Sonriente, le extendió la mano con firmeza.
   --Buenos día don Arnaldo. Le felicito. La carne del asado estaba en su punto y el vino delicioso. Todo un éxito.
   --No me seas pelota, chico. Sabes que estoy cabreado, así que no me pases la mano por el lomo... Sentaos y escuchadme.
   Acomodados en sendos sillones de piel, el padre, iracundo, levantó enhiesto el dedo índice y lo dirigió hacia ellos amenazante:
   --Sois unos crío pazguatos jugando a adultos ¿Se puede saber qué pretendéis con ese simulacro de noviazgo? Sería mejor y más útil que os dedicarais a estudiar, que ni el uno ni la otra dais un palo al agua y así os crece el pelo: cosecháis más calabazas que el aparcero de  mi hacienda.
   Alvarito, la mirada franca, un tanto altiva, se apoltronó cómodamente en la butaca acariciando con delectación la piel suave que lo acogía.
   --No debe preocuparse, don Arnaldo. Yo quiero a Titina. La conozco desde que era una niña y pretendo que nuestra relación, a pesar de nuestra juventud, sea seria y cabal como corresponde a la amistad de nuestras familias.
   <Demonio de crío, se las sabe todas>, pensó el hombre. Y, confundido, se enredó en una farragosa letanía de admoniciones.
   El muchacho, sin brusquedad, miró su reloj y se levantó serio con un rictus de preocupación.
   --Lo siento, don Arnaldo, me espera mi padre que ha de llevarme  a una conferencia sobre Economía Aplicada en El Liceo. Podemos seguir charlando otro rato, cuando quiera. Ha sido un placer. Y con una sonrisa elegante salió del despacho no sin antes dar un beso en los labios a su  novia.
   Ante la mirada contrita de su progenitor, Titina, satisfecha, soltó una carcajada.
   --¿Qué te parece?
   Arnaldo no lo dudó. Habló deprisa, irritado:
   --Es un truhan que me ha querido embaucar con palabrería, buenos modales y una sarta de gestos aprendidos para engañar a cualquiera menos a mí. Él no sabe que yo, además de licenciado en derecho soy sicólogo y me conozco todos esos trucos de memoria. Si quieres mi opinión: es un falsario, un vividor de poco fiar que te llevará al huerto, que te utilizará para divertirse contigo y a tu costa durante una temporada, para después si te he visto no me acuerdo. Eso es lo que me parece, hija, eso es lo que me parece.
   --¡Blanco! Lo has sabido ver; pero resulta que, ni más ni menos, es lo que yo busco en nuestra relación.
   Arnaldo enarcó las cejas abriendo unos ojos como huevos
   --¿Qué dices, insensata?
   --Lo que oyes, papá.
   Titina se aguantaba la risa.
   --Este es el año de mi mayoría de edad. Y voy a celebrarlo con una aventurilla veraniega. Como comprenderás, flaco favor me haría un tío serio y formal más aburrido que un grillo. Así que busco novio para tres meses: divertido, pajarero, sin muchos escrúpulos y un tanto o un mucho sinvergüenza. El resultado de la ecuación: Alvarito. ¿Lo has entendido? No. Me temo que no. Has perdido el tren. Te has quedado un pueblo atrás y es inútil que corras, nunca lo alcanzarás. Este es mi mundo, papá, no el tuyo. Y acercándose a su padre, rígido en su estupefacción, le dio un beso cálido, cariñoso, en la mejilla y salió del  despacho dejando tras sí una estela de frescura.


                                                                                               Fernando Garrido Redondo




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