miércoles, 4 de mayo de 2016

El hambre de las hormigas

   Los seis niños tenían hambre. Su madre también. Los perros lamían y olisqueaban una y otra vez el polvo del suelo. Hasta las hormigas estaban flacas. El João se había ido durante las lluvias, hacía muchos meses y no se supo más de él. La ciudad estaba llena de riquezas, él sólo tenía que ir y traer unas cuantas. “Un trabajo rapidinho”, le aseguró; “te traeré un vestido nuevo, un cachorro da televisão y una tiara de diamantes”. Hacía muchos meses. El niño del vientre apenas pateaba, a la Carlinha se le notaban las costillas por encima de la barriga inflada y los dientes no se le sujetaban a la boca. 
     Dedé empezó con las fiebres.  Se turnó con las garotas para cambiarle los trapos mojados de la frente hasta que las niñas también enfermaron. Sólo quedaba un niño lo suficientemente fuerte como para traer agua. Ahora, Carlinha sentía que la cara le ardía bajo el bochorno de las chapas de zinc y casi no podía salir del agujero en el fondo del terreno que usaban de banheiro. El niño del vientre apenas se movía. Con un esfuerzo de madre en peligro, envió al único niño sano que le quedaba a buscar a la Mamá Grande. Dos alambres de púas y un cacho de cartón separaban los dos patios. No tenía con qué pagarle, pero cuando el João volviese le daría la tiara de diamantes.
—Dedé está muerto, Carlinha—le dijo la Mamá Grande, cerrándole los ojitos hinchados con sus dedos regordetes— ¿No ves que está azul? Déjame ver a las garotas
     La Mamá Grande probó con todas las hierbas y rezó a todos los Orixas y al Buen Dios también. Encendió velas a la Virgen y dejó ofrendas en el cruce del camino. Los niños y Carlinha se cocinaban lentamente en las fiebres. Mamá Grande envió a su nieta a buscar agua y una gallina, dudando si usarla como ofrenda o darles el caldo a comer. Hacía semanas que Carlinha y sus niños no comían. El niño del vientre apenas se movía.
—Mamá Grande, ligue para ao médico—susurró Carlinha, deshidratada en sudor.
— ¿El blanco? Ese no cura sin din-din, Carlinha, vôce sabe. No puedes pagar.
     Carlinha le clavó una mirada sin fuerza y apretó los ojos.
Ligue pra eli, Mamá Grande, o nos moriremos todos.
     El médico blanco vino en pleno día, con las ventanillas del carro cerradas y las puertas trabadas. Se fue temprano. Ya no se arriesgaba a pasar por Lagoa do Sol al atardecer. Los vecinos escondieron a los niños y lo espiaron por las ventanas. El médico blanco sentía escarbándole en la nuca el odio de todo el pueblo. Trajo medicinas y comida. Trajo unas muñecas para las garotas y dos vestidos de algodón para la Carlinha. Trajo fruta y leche, un presunto entero y una pelota a rayas para los chicos. Aclaró que volvería a cobrar en dos meses. Carlinha asintió, no sabía si llorar o no. Ya no tenían fiebre, ya no tenían hambre y el niño del vientre nadaba feliz.
     La Mamá Grande le cerró la puerta en la cara cuando la Carlinha le llevó arroz y feishoada en pago por sus intentos.
     El João apareció un año después. Cubierto de polvo y con más hambre que antes. Había estado  preso. Los Cariocas no quisieron compartir sus riquezas. Pasó por el pueblo a beber unas cervezas y se enteró. Encontró a la Carlinha lavando la ropa en el patio de atrás y la arrastró de los pelos hasta el alambrado.
     La Mamá Grande escuchó los gritos de la Carlinha a través del patio y esperó un rato. Cuando creyó que ya tendría suficiente, cruzó el patio sin apuro y puso fin a la paliza.
—Te lo mereces. ¿En qué pensabas, cuando le diste el bebé? Pusiste en peligro a todos. El médico blanco querrá más y esta vez tendremos que matarlo. Nos obligas a pecar. Los hijos son los dones que el Buen Dios nos envía.
—Dios no pasa por Lagoa do Sol desde hace mucho tiempo—retrucó la Carlinha, sorbiéndose la sangre de la nariz.
—El Buen Dios sabe lo que hace. Nos pone a prueba.
— El Buen Dios nos mira como hormigas en el polvo y nos pone más obstáculos en el camino para divertirse, como hacía mi Dedé. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario