lunes, 30 de mayo de 2016

Un cuento más, un día más de vida.


¡Adoro el tacto de la seda en la piel de mi cara! Lo que más me fastidia de viajar es tener que quitarme el velo—le comentó al chófer, una vez que se aseguró de que no hablara árabe—Si las monjas usan velo, es signo de devoción y castidad; si las musulmanas usamos velo, se violan los derechos humanos. Una vez se lo pregunté a mi amiga Teresita, por qué ella en público siempre usaba velo y yo sólo podía llevarlo dentro de mi casa sin que me criticasen a mí, a Mahoma, al Islam y a todo el mundo árabe; ¿sabes lo que me contestó? “No creo en Dios, pero prefiero pensar que si hubiese uno, le importaría más lo que tenemos dentro de la cabeza que lo que nos ponemos por fuera. Los hombres creen que tapándonos las ideas podrán contenerlas”. Dos semanas después la exiliaron a la India, pensando que así se la quitaban de encima.
   Miró a través de la ventanilla los edificios de la ciudad, evitando su propio reflejo en el vidrio polarizado. Aún era hermosa y eso que era muy vieja y estaba muy agotada. Su fama de mujer astuta e inteligente la había condenado. Había ganado un reino, sí; pero todos los días tenía que exprimir su imaginación al máximo para defenderlo. Mentir sobre la escasez del petróleo, asumir los atentados, confabular sobre células terroristas, inventar guerras imprescindibles para asegurar la libertad de la población, mover las fronteras cada seis meses… ¡Había sido tan fácil esa época dorada en que sólo contaba historias para entretener al Sha! Al menos antes no se emitían en medios de difusión masiva ni tenía que elaborar complicados métodos para medir la credibilidad del púbico. Al menos antes sólo era su propia vida la que peligraba.
   La verdad era que ya estaba harta. Pueblos enteros exterminados solamente para que unos pocos pudiesen meter sus bases militares y controlar el mercado mundial. Destrozar niños para una foto de portada y encajarle la responsabilidad a los grupos radicales. Fomentar hambrunas trazando líneas imaginarias en pleno desierto, donde la gente necesita desplazarse en pos de las lluvias y la supervivencia. Depender de la CNN, de facebook, de twitter, de fotógrafos freelance y de la ayuda humanitaria, a cambio de un día más de vida. Con la daga en el cuello.
   "Un día más", se repitió, suspirando profundamente.
¿Sabes qué? ya no estoy para cuentos —le dijo Sherezade en perfecto inglés al chófer, mientras se volvía a poner el velo— Hoy voy a contar la verdad.

   Y el chófer que le habían asignado para llevarla desde el aeropuerto al edificio de la ONU, frenó el coche y le puso un silenciador al arma.

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