lunes, 30 de mayo de 2016

Los ojos de Helen

Ayer llegó Helen, la hija de Rosario, en el micro de las doce. La fui a buscar yo personalmente, para darle una alegría. Está alta. Regordeta, como todos los chilenos. Habrá heredado la altura del padre. Yo qué sé. Porque la madre era feúcha y muy petisita. Este año cumple quince, voy a tener que comprarle algo. Algo barato. Tampoco voy a gastar mucho, total ni se entera, no habrá tenido ropa nueva en la vida. Me acuerdo perfectamente cuando a Rosario le diagnosticaron la última etapa de la enfermedad. Entró llorando a mi oficina y me pidió usar el teléfono para llamar al cura sanador. Los riñones habían empezado a fallarle hacía un año. Ahora ni siquiera se molestaban en intentar colar algo de líquido. No podía morirse, Helen tenía cuatro años y un padre alcohólico.
Me pidió mi opinión y yo le fui sincera: hacé lo que sea, pero aguantá hasta que tu nena crezca. La gente de su condición social se abandona mucho. No van al médico. No comen bien. No se cuidan. Pero tampoco se podía dar el lujo en ese momento de pensar solamente en ella. No se puede ser tan egoísta cuando una es madre. Acompañé a Rosario a ver al cura sanador porque ella necesitaba alguien que le diera confianza. Qué iba a hacer. No podía dejarla que se arregle sola en semejante situación. El cura le impuso las manos, el crucifijo, no sé cuántos padres nuestros y tres litros de agua bendita. Le daba vueltas, rezándoles a los gritos alrededor y le golpeó la cabeza con la biblia dos veces. Aparte de débil, la dejó medio tarada. Para mí, que no entendió bien, el tipo ya tenía la voz ronca de tanto gritar y seguía: “Sal, Satán, libera a esta mujer, en nombre de Jesucristo” y no me escuchó todas las veces que le dije que era un fallo renal. Al final, Rosario se arrepintió de todos sus pecados, de los de su familia y los de algún vecino, por las dudas. Fue muy conmovedor. Lloró toda la sesión, pero igual tuvo que empezar a comer cien gramos de zapallo hervido cada dos horas. Los riñones eran dos masas resecas de células al pedo. Fue un calvario. Y la nena tan chiquita. No quiero ni pensar en lo que habrá sido ver todo eso a través de sus ojos.
Una tarde, justo la tarde en que más laburo tenía. Casi pierdo un cliente. Bueno, esa tarde entró como una tromba a decirme qué me parecía si iba a una Mae Umbanda que había por atrás de la estación. A mí me da un miedo andar por esa zona. Nos fuimos en colectivo y yo me puse la peor ropa que tengo. Te metés por ahí con el auto, el mío era nuevo, y no te dejan ni las ruedas. Claro, a ella le daba igual arriesgarse, si tenía las horas contadas. Al final tuve que llamar a mi marido para que venga a buscarnos como a las diez de la noche. Hicieron un ritual con un pollo blanco que, después, imagino yo, se lo habrán comido; ya te digo que la gente por esa zona, no está como para andar desperdiciado pollos. Menos mal que también llevé poca plata; descogotaron la gallina, o el pollo, se chuparon una botella entera de ron, se fumaron un habano y me pasaron la cuenta a mí. Le dijeron que no tenía esperanza. Pero cobrar, cobraron. Ya te digo, todo lo que tenía encima.
El sábado siguiente me la llevé al Bolsón, a ver a la mujer ésa que le había curado la culebrilla a Josefina, la prima del chico que hace la mensajería. No es que yo crea en esas cosas, de hecho que tener que cerrar la oficina para llevar a la chica de la limpieza de un sitio a otro me trastornaba bastante; pero cuando la gente pobre está sola ante una desgracia, el deber de cualquier ser humano, medianamente humano, es ayudar. A Josefina, dos años antes, le había ido bien una mezcla de hierbas y reiki. Le dejó la piel seca, pero la culebrilla estaba a punto de darle la vuelta y no se sabía quién se la había deseado. En los casos de brujería, lo más perturbador, es que el culpable queda impune. Yo no sé si lo de Rosario fue brujería. No tenía plata, el marido daba asco, la única que le tenía cariño a Helen era yo. ¿Quién iba a querer hacerle un mal? Tampoco metería las manos en el fuego por nadie, eso seguro. La gente de poca cultura es capaz de matar a cualquiera por un par de zapatillas. Rosario tenía sus cosas, pero en el fondo era buena. Eso, sí. En los últimos tiempos, entre la enfermedad y los gastos de los médicos, se había vuelto bastante loca. De repente entraba a mi oficina a los gritos, contándome las palizas que le había dado el padre cuando era chiquita. Y que la madre miraba para otro lado. Que el hermano había estado preso desde los dieciséis. Cosas de gente de villa. Y después que me tiraba todas las pálidas, me decía que la culpa la teníamos nosotros, los que trabajamos en oficinas y tenemos casas grandes y cómodas y nos olvidamos que en el mundo, hay gente que sufre. ¡Justo a mí, decirme eso! Yo me callaba la boca, al fin y al cabo, qué sabía ella de tener que mantener una casa como la mía. Ella laburaba dos veces por semana y con eso comía. Para comprar un zapallo tampoco hay que tener una infraestructura muy desarrollada. Yo no puedo darme el lujo de trabajar dos días por semana y servir un zapallo hervido a mi familia. Al final, la mujer del Bolsón, le dijo que tenía que tomarse casi un litro de Aloe Vera diario. Porque parece que el Aloe lo que hace es regenerar las células, que era lo que ella necesitaba para volver a usar los riñones.
Le fue bastante bien con eso. Se tomaba un vaso y medio de jugo de Aloe después de los cien gramos de zapallo hervido, cada dos horas. No sé cómo pudo tomárselo, es asqueroso ¿Lo probaste, alguna vez? Es más amargo… Estuvo casi diez años viviendo solamente con eso. Randulfo no la quería ni ver. Le dijo que se tendría que haber muerto en tres meses y si no se murió, es que algo raro hizo. Viste que Randulfo es un tipo muy serio, si tenés cita a las cinco, a las cinco en punto te llama y si no estás, ya no te atiende. Entonces, si Randulfo te dice que te vas a morir en un mes, él quiere que lo cumplas.
Después ya dejé de acompañarla a todos lados, porque yo tenía mis obligaciones y si bien sé que hay cosas que desconocemos, que ni la ciencia puede explicar, tampoco me parecía bien fomentarle esa clase de esperanzas a una moribunda. Pero no había caso che, Rosario no se moría. Me queda la duda, todavía, si Randulfo es tan buen médico como dicen. Yo, por las dudas, con él no me atiendo. Porque si te dicen que te quedan tres meses, pasas el mal rato y tarde o temprano te hacés a la idea y tratás de dejar todo más o menos arreglado. Claro, te dicen tres meses y al cuarto o quinto seguís en pie, el tipo se pudo haber confundido; quieras que no, es humano. Pero pasaron varios años y Rosario seguía comiendo zapallo, tomando Aloe Vera y haciendo tratos con el diablo. Parecía un cadáver. Flaca… encima era fea como ella sola, la pobre. Tenía los ojos hundidos y esas ojeras negras que tienen los crónicos de riñón, ¿Viste? Ya no podía ni trabajar. A casa ya no iba. A mí me daba pena echarla del todo, más que nada por Helen, pero tampoco podía seguir trabajando con esa mugre por toda la oficina. ¿Qué iban a pensar los clientes? Cuando Helen cumplió trece años, la agarré un día y se lo dije: Rosario, no podés seguir así. Moríte o mejoráte, pero andar con esa pinta, dando lástima, es muy cruel.
La internaron justo después de festejarle el cumpleaños a Helen. Pobre nena. Tampoco era muy grande. Los últimos días yo no fui a verla al hospital. No quería que me lo pida, al fin y al cabo yo era su única persona de confianza, pero yo no me podía hacer cargo de una criatura. Suficiente hice por ella. Un día me la crucé a Josefina, la prima del mensajero, que es, o eran, medio parientes y me dijo que Rosario le había pedido que por favor cuide a Helen. Entonces, ya más tranquila, me fui a despedir. No le iba a pedir lo mismo a dos personas diferentes, porque no queda bien.
No sabés el calor que hacía el día del entierro. No tenía ganas de ir. Un olor tenían las flores… Estaban casi todas podridas a las doce del mediodía. Hice un esfuerzo y fui, Rosario estuvo sirviendo en casa más de catorce años, en total. Vino antes de quedarse embarazada.

Josefina mandó a Helen a una casa en el campo, con unos tíos o unos parientes del padre. Ahora me llamó, hace un par de semanas, porque los viejos ya no la pueden tener. Como siempre, paso de buena por boluda. La verdad es que necesito una chica en casa, Helen tiene la edad justa como para aprender a hacer las cosas bien. Pero a Helen le vi exactamente la misma cara que tenía Rosario, con dos ciruelas hinchadas debajo los ojos. ¿Me querés decir qué hago yo, si se me muere ésta también, después de tomarme el trabajo de enseñarle? Otra vez por toda la brujería no paso. Y por eso te llamaba ¿te costó muy caro el riñón artificial que le pusieron a tu suegro?

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