lunes, 14 de diciembre de 2015

LOS SENTIDOS





14/10/2015 –EL OLFATO-
Seguro que no es igual que respirar….Respiramos por el ánsia de estar aquí, por la necesidad de seguir aquí.
Sientes la frescura, el calor, notas humedad, helor, a veces tan intenso que te corta al respirar, que te quema desde la nariz a los pulmones.
Pero no hay nada más, no se acompaña de nada más, y seguro, seguro, que no es igual como cuando respiras.

Por Elena Herrero


16/10/2015-EL GUSTO-
Sólo me gustó el sabor goloso, suave y delicado de la uva.
Sería por la horas o bien por la sed que sentía tras horas desde la comida. Pero fue una placentera ráfaga, dulce y diferente en mi boca que estalló al entrar y alcanzó el lugar que se reserva para los ganadores.
Por Elena Herrero

21/10/2015 –EL OIDO-
-¿Quieres que te pinte las uñas? – decía una y otra vez.
-No mamá, no te preocupes.
-¿Las quieres rojas o rosas?- volvía a preguntar al segundo y medio de decirle tú que no.
Te enseñaba sus manos, sus dedos deformados, llenos de manchas de sol.


Las mismas manos que nos educaban a abrir y cerrar las puertas sin hacer ruido o a mover sillas en un susurro porque mi padre dormía; las manos que nos llevaron a la boca la cuchara con arroz, suavemente, sin sonidos, porque mi padre descansaba; o las que abrían y cerraban los grifos entre risas y gritos para cepillarnos los dientes cuando él no estaba porque trabajaba.
Ella era la primera que oía la alarma del despertador, y presentía el mecanismo de las puerta del garaje rodeada de sonidos culinarios y productos de limpieza cuando mi padre llegaba.
Cerraba despacio la puerta de la calle si ya estabamos todos y paciéntemente esperó nuestra llegada vespertina cuando fuimos jóvenes.
Ahora sólo sabe preguntarte si te pinta las uñas, si de rojo o de rosa.

¿Cómo no voy a dejarle yo mis manos? Las suyas siempre han sido mías.


Por Elena Herrero


26/10/2015 –EL TACTO-
Todos estaban enamorados de mí.
Hasta el padre, en su matinal madrugar diario, me buscaba al salir de las sábanas calientes, entre los pliegues del edredón chafado lleno de suaves plumas.
Me gustaba ir allí al amanecer, cuando el silencio era el rey de la casa y yo la reina. Caminaba despacio, tanteando la madera de los escalones hasta llegar al crujido del último. Tropezaba con algún papel áspero y arrugado tirado en el pasillo, con alguna hebra de lana perdida y suave que rodó con el viento al abrir la ventana esta mañana. Sí, fue esta mañana, porque recuerdo cuando mis pelos se balancearon al pasar veloz frente a la puerta. Ella estaba allí. Las madejas en un recipiente de loza frío con relieves infantiles.
No la vi. Y ahora, en la oscuridad, cuando mis ojos no podían distinguir nada, me rozó las patas y el escalofrío me llegó a la punta de los bigotes.
¡Cuánto me gustaba mullir las mantas y cojines!, preparar a conciencia mi pequeño espacio para esa hora que pasaba con ellos y con el olor que impregnaba cada rincón de la cama.
Suavemente me colocaba, estiraba mis patas peludas que lamía una y otra vez, y arrastraba mi pancha por las flores del algodón de la colcha. Llegaba al hueco entre los dos y sentía su mano rascando mi cabeza, mi lomo, como un verdadero enamorado.


Por Elena Herrero







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