14/10/2015
–EL OLFATO-
Seguro
que no es igual que respirar….Respiramos por el ánsia de estar
aquí, por la necesidad de seguir aquí.
Sientes
la frescura, el calor, notas humedad, helor, a veces tan intenso que
te corta al respirar, que te quema desde la nariz a los pulmones.
Pero
no hay nada más, no se acompaña de nada más, y seguro, seguro, que
no es igual como cuando respiras.
Por Elena Herrero
Por Elena Herrero
16/10/2015-EL
GUSTO-
Sólo
me gustó el sabor goloso, suave y delicado de la uva.
Sería
por la horas o bien por la sed que sentía tras horas desde la
comida. Pero fue una placentera ráfaga, dulce y diferente en mi boca
que estalló al entrar y alcanzó el lugar que se reserva para los
ganadores.
Por Elena Herrero
21/10/2015
–EL OIDO-
-¿Quieres
que te pinte las uñas? – decía una y otra vez.
-No
mamá, no te preocupes.
-¿Las
quieres rojas o rosas?- volvía a preguntar al segundo y medio de
decirle tú que no.
Te
enseñaba sus manos, sus dedos deformados, llenos de manchas de sol.
Las
mismas manos que nos educaban a abrir y cerrar las puertas sin hacer
ruido o a mover sillas en un susurro porque mi padre dormía; las
manos que nos llevaron a la boca la cuchara con arroz, suavemente,
sin sonidos, porque mi padre descansaba; o las que abrían y cerraban
los grifos entre risas y gritos para cepillarnos los dientes cuando
él no estaba porque trabajaba.
Ella
era la primera que oía la alarma del despertador, y presentía el
mecanismo de las puerta del garaje rodeada de sonidos culinarios y
productos de limpieza cuando mi padre llegaba.
Cerraba
despacio la puerta de la calle si ya estabamos todos y paciéntemente
esperó nuestra llegada vespertina cuando fuimos jóvenes.
Ahora
sólo sabe preguntarte si te pinta las uñas, si de rojo o de rosa.
¿Cómo
no voy a dejarle yo mis manos? Las suyas siempre han sido mías.
Por Elena Herrero
26/10/2015
–EL TACTO-
Todos
estaban enamorados de mí.
Hasta
el padre, en su matinal madrugar diario, me buscaba al salir de las sábanas calientes, entre los pliegues del edredón chafado lleno
de suaves plumas.
Me
gustaba ir allí al amanecer, cuando el silencio era el rey de la
casa y yo la reina. Caminaba despacio, tanteando la madera de los
escalones hasta llegar al crujido del último. Tropezaba con algún
papel áspero y arrugado tirado en el pasillo, con alguna hebra de
lana perdida y suave que rodó con el viento al abrir la ventana esta
mañana. Sí, fue esta mañana, porque recuerdo cuando mis pelos se
balancearon al pasar veloz frente a la puerta. Ella estaba allí. Las madejas en un recipiente de loza frío con relieves infantiles.
No
la vi. Y ahora, en la oscuridad,
cuando mis ojos no podían distinguir nada, me rozó las patas y el
escalofrío me llegó a la punta de los bigotes.
¡Cuánto
me gustaba mullir las mantas y cojines!, preparar a conciencia mi
pequeño espacio para esa hora que pasaba con ellos y con el olor que
impregnaba cada rincón de la cama.
Suavemente
me colocaba, estiraba mis patas peludas que lamía una y otra vez, y
arrastraba mi pancha por las flores del algodón de la colcha.
Llegaba al hueco entre los dos y sentía su mano rascando mi cabeza,
mi lomo, como un verdadero enamorado.
Por Elena Herrero
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