–SITUACION
EMBARAZOSA-
Desde
luego en el año 1985 no eran las cosas como ahora. Los abrigos no
eran como ahora y las clases de derecho tampoco.
Yo
estudiaba mi quinto curso de carrera en la antigua Facultad de la
Avenida Blasco Ibáñez, en una clase que había al final de un
corredor larguísimo del primer piso del edificio. A primera hora de
la tarde teníamos Historía del derecho con un catedrático viejo y
altivo que había escrito un libro pesado y en desuso y que se
limitaba a leernos en los 90 minutos que duraban las dos clases
seguidas de su asignatura. Orientada al norte, en invierno era el
momento del día que más aclimatada estaba el aúla y nos dormíamos
disimulando detrás de las hojas llenas de frases que no iban a
ninguna parte, y a medida que avanzaban las horas, el frío nos hacía
casteñetear los dientes y temblequear el bolígrafo en la mano al
coger apuntes.
Estabamos
lejos de cualquier sitio. De la Secretaría, de los baños, de la
escalera e incluso de la salida. Creo que era porque ya no eramos
muchos y nos colocaban en cualquier sitio. No ibamos a protestar el
último año, lo único que teníamos era ganas de salir de alli.
El
aula tenía dispuestas las mesas y bancos en dos grandes bloques de
atrás hacia adelante, con dos pasillos en los laterales y uno en el
centro entre ellos, de manera que para salir, si estabas en el medio,
debías molestar a tus compañeros.
Esa
tarde teníamos examen de financiero. Una materia densa y absorvente
los impuestos, que me hacía concentrarme de forma inusual en mí.
Todo preparado. Los lápices, el DNI, los folios, había ido al baño
y estaba preparada para dos horas seguidas frente la impuesto de
patrimonio y el de sociedades. Me encontraba cómoda colocada en el
centro de la fila que me había correspondido. Hacía frío, pero
transcurridos los primeros 10 minutos escribiéndo frenéticamente
comencé a tener calor y sentada como estaba me quité las mangas del
abrigo y lo dejé en el banco, a mi espalda. Me sentía mejor.
Continué hasta el final y bordé las respuestas del contenido del
examen.
Cuando
acabé firmé los folios y con mi identificación fui arrastrandome
por el banco hasta llegar al pasillo, con ganas ya de entregar la
prueba, recoger mis cosas e irme a casa. Me dirigí a la mesa del
profesor al final del aúla colocada delante de una inmensa pared de
ladrillo visto y dos enormes pizarras, y entregué mi examen. Volví
sobre mis pasos percibiendo miradas en la nuca al pasar junto a mis
compañeros y torné a mi antigua plaza, momento en el que la voz
susurrante de la estudiante a mi mi espalda me comenta que llevaba el
vestido metido dentro de las medias y tal cual iba enseñando mis
posaderas a todo el mundo.
La
tierra no me quiso tragar aunque yo se lo pedía una y otra vez, y el
calor sofocante que me invadió todo el cuerpo iba a compensar con
muchas creces las heladas tardes que aún me quedaban por pasar en
ese aula.
Por
Elena Herrero
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