lunes, 14 de diciembre de 2015

Los Sentimientos



SITUACION EMBARAZOSA-
Desde luego en el año 1985 no eran las cosas como ahora. Los abrigos no eran como ahora y las clases de derecho tampoco.
Yo estudiaba mi quinto curso de carrera en la antigua Facultad de la Avenida Blasco Ibáñez, en una clase que había al final de un corredor larguísimo del primer piso del edificio. A primera hora de la tarde teníamos Historía del derecho con un catedrático viejo y altivo que había escrito un libro pesado y en desuso y que se limitaba a leernos en los 90 minutos que duraban las dos clases seguidas de su asignatura. Orientada al norte, en invierno era el momento del día que más aclimatada estaba el aúla y nos dormíamos disimulando detrás de las hojas llenas de frases que no iban a ninguna parte, y a medida que avanzaban las horas, el frío nos hacía casteñetear los dientes y temblequear el bolígrafo en la mano al coger apuntes.
Estabamos lejos de cualquier sitio. De la Secretaría, de los baños, de la escalera e incluso de la salida. Creo que era porque ya no eramos muchos y nos colocaban en cualquier sitio. No ibamos a protestar el último año, lo único que teníamos era ganas de salir de alli.
El aula tenía dispuestas las mesas y bancos en dos grandes bloques de atrás hacia adelante, con dos pasillos en los laterales y uno en el centro entre ellos, de manera que para salir, si estabas en el medio, debías molestar a tus compañeros.
Esa tarde teníamos examen de financiero. Una materia densa y absorvente los impuestos, que me hacía concentrarme de forma inusual en mí. Todo preparado. Los lápices, el DNI, los folios, había ido al baño y estaba preparada para dos horas seguidas frente la impuesto de patrimonio y el de sociedades. Me encontraba cómoda colocada en el centro de la fila que me había correspondido. Hacía frío, pero transcurridos los primeros 10 minutos escribiéndo frenéticamente comencé a tener calor y sentada como estaba me quité las mangas del abrigo y lo dejé en el banco, a mi espalda. Me sentía mejor. Continué hasta el final y bordé las respuestas del contenido del examen.
Cuando acabé firmé los folios y con mi identificación fui arrastrandome por el banco hasta llegar al pasillo, con ganas ya de entregar la prueba, recoger mis cosas e irme a casa. Me dirigí a la mesa del profesor al final del aúla colocada delante de una inmensa pared de ladrillo visto y dos enormes pizarras, y entregué mi examen. Volví sobre mis pasos percibiendo miradas en la nuca al pasar junto a mis compañeros y torné a mi antigua plaza, momento en el que la voz susurrante de la estudiante a mi mi espalda me comenta que llevaba el vestido metido dentro de las medias y tal cual iba enseñando mis posaderas a todo el mundo.
La tierra no me quiso tragar aunque yo se lo pedía una y otra vez, y el calor sofocante que me invadió todo el cuerpo iba a compensar con muchas creces las heladas tardes que aún me quedaban por pasar en ese aula.
Por Elena Herrero



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