Sentido
del gusto:
Con
los ojos tapados y sin poder usar las manos, es ahora cuando mi
sentido del gusto, debe demostrar de lo que es capaz.
Sin
problemas va identificando uno a uno los primeros ingredientes:
Mantequilla de cacahuete, harina, queso… Pero es cuando llega al
cuarto elemento cuando se atasca.
Mi
paladar está degustando algo que nunca antes había probado. Las
finas hebras de chili le recuerdan al regaliz y el jengibre primero
es agridulce como el mango y finalmente picante como la guindilla.
Llego
a la conclusión de que todavía me quedan muchas cosas que probar.
(Pevima).
Sentido
de la vista:
Sentada
a la mesa, me pongo a intentar desentrañar los misteriosos
entresijos de las imágenes correspondientes al sentido de la vista.
Tras un breve instante, lo que a primera vista parecen dos cándidos
ancianos, se van transformando poco a poco ante mis ojos, en unos
alegres mejicanos, que sentados en el suelo, beben tequila al son de
una guitarra y ante la atenta mirada de una mujer que descansa bajo
el marco de su casa.
(Pevima).
Mundo
imaginario sin olores ni sabores:
En
un mundo imaginario sin olores ni sabores, el verdadero placer de la
comida se obtiene de las texturas y las sensaciones. Es así, como una
manzana terrosa, al segundo bocado, cuando desprende todo su jugo, se
transforma en una explosión de frescor que envuelve toda la boca.
(Pevima).
Sentido
del oído (Silencio):
Te
sientas a meditar. Centras tu atención en los sentidos. Primero el
oído. Escuchas el ruido que hace una silla al ser arrastrada. Lo
dejas atrás. Escuchas el sonido del viento, el sonido de los pájaros
al piar. Lo dejas atrás. Escuchas el latir de tu corazón, escuchas
tu respiración. Lo dejas atrás. Te concentras en el silencio, un
silencio que no es tal, pues todavía eres capaz de escuchar el
parloteo interno de tu propia mente. ¿Qué es entonces el silencio?,
¿Un vacío? ¿Una ilusión?, ¿Es acaso un concepto erróneo?, ¿Es
posible alcanzarlo?, ¿Comprenderlo?.
(Pevima).
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