Tacto
Hace
días que se pasea como un zombie por la casa. Sin ella se siente
perdido, sin ella su cuerpo no es más que una cáscara vacía.
Ha
dejado de comer, ha dejado de dormir. Pero no solo eso, desde que
ella ya no está ha dejado de ser persona, ha dejado de vivir. Ya
nada tiene sentido, ahora todo es sufrimiento. Los recuerdos le
atormentan. Ya no le quedan fuerzas ni para quitarse la vida, dejará
que sea la inanición la que finalmente termine con él.
Por
casualidad tropieza con su costurero y durante una fracción de
segundo vuelve a la realidad. Con los ojos cerrados y unos dedos
temblorosos investiga pacientemente su contenido: Está lleno de
retales de todos los tamaños y texturas inimaginables. Desde la
suavidad del terciopelo y la seda, pasando por la esponjosidad del
algodón, hasta la aspereza del papel de lija y la rugosidad de la
pana.
Por
asociación, su mente se transporta muy lejos de allí y se pierde en
un recuerdo de su memoria. Sentados a la orilla del mar, acaricia su
mejilla tan suave como la seda, besa sus labios tan esponjosos como
el algodón. Pero no hay nada áspero ni rugoso en ese recuerdo y es
por ello que despierta de su sueño, para volver a caer en el
profundo abismo de las tinieblas. Mientras sigue absorto recordando
lo perdido, sus dedos como autómatas, siguen recorriendo el
contenido del costurero, hasta tropezar con una cuartilla de papel.
La
saca con cuidado, con delicadeza, y el corazón le da un vuelco al
reconocer su letra. Nota una mano posada sobre su hombro, nota un
aliento en el cogote. Un escalofrío recorre su medula espinal y se
estremece.
Tan
lista y previsora como siempre ha dejado un mensaje para él. Escrita
en mayúsculas bien grandes, una única palabra. Cuando la lee, puede
escuchar su voz susurrándole al oído: “VIVE”.
(Pevima).
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