lunes, 14 de diciembre de 2015

Los Sentimientos



-PROTEGE A LOS TUYOS-
  • No debes decir nada. Solo quiero que me atiendas y que oigas lo que voy a decirte muy, muy despacio-
Ella estaba sentada en un harapiento sillón orejero de rallas descoloridas hasta más allá del tono pastel. Contrastaban con la oscuridad de las perneras de su pantalón negro de piel que observaba desde arriba, con la cabeza inclinada. De vez en cuando subía la mirada, nunca la cabeza, y a través del enrejado de los hilos que formaban pequeños agujeros a la altura de sus ojos, veía a los dos hombre frente a ella, sentados en sillas tras una mesa de plástico blanco de las que hay en las terrazas de los bares y que llevan impresa la propaganda de alguna cerveza. Delante de ellos no había nada, tan sólo un libro y un móvil que destelleaba de vez en cuando mientras su zumbido lo desplazaba unos milímetros de su posición.
Tenía los pies descalzos y sentía el frío del mes de octubre de Brujas, tan húmedo y desapacible. Veía sus botines de ante marrón oscuro al lado de un pilar, tirados como cualquier cosa, dejados caer allí, cerca de los dos hombres. No recordaba cuándo se los quitaron, ni tampoco cuando le habían colocado por encima la rasposa túnica azul añil que ahora le cubría todo el cuerpo como una tienda de campaña. Ella sabía que era un burka y que muchas mujeres musulmanas lo llevaban por creencia o por obligación, pero ella hacía mucho tiempo que estaba lejos de eso, de que pudieran afectarle esas costumbres y ritos del Libro sagrado. Vivía hace años en Europa, había estudiado y trabajaba allí, y no tenía nada que ver con lo que había quedado atrás.
De nuevo el hombre habló en un perfecto árabe estandar, como el que se habla en la Administración.
-Tú quieres a tu familia. La recuerdas, ¿no es así?. Ellos están tan orgullosos de ti, de que pudieras prosperar y llegar donde estás, de que no vivieras la guerra, el hambre que se han guardado sólo para ellos, que no han compartido contigo.-
No había ni un solo movimiento en alguno de los músculos de su cara. Lanzaba las palabras como pequeñas pelotas de hierro y todas rebotaban en ella, en su cuerpo maltrecho que veía en el interior del burka, en sus ojos caramelo que se cerraron lentamente y entendieron qué estaba pasando.
Ella creía que estaba tan lejos y que en su huída soltó el lastre de la desesperación, de la incomprensión y de la locura. No se dio cuenta de lo feroz que es la prepotencia y cómo de alargada llega a ser la maldad de los hombres.
-Debes protegerlos Asisa. Tú eres lo único que les queda y deberás cuidar que no les pase nada-
Vió caer sus pequeñas lágrimas encima de sus piernas, silenciosas, recorriendo con lentitud un camino lleno de cables de colores, rojos, amarillos y verdes, de belcro y metal que se adosaba a su cintura, alrededor de toda ella y sobre el que caían sus cabellos suaves del color de la canela.

Por Elena Herrero

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